Llámame por tu nombre te seduce desde las primeras páginas, tal como lo hace Oliver con Elio casi sin darse cuenta. Cada uno de los episodios narrados en primera persona por Elio contienen toda la sinceridad e incertidumbre que nos invade en la adolescencia y está contada con tal honestidad que nos conecta íntimamente con esa emoción, con esa etapa en que toda nuestra preocupación es leer las señales de un otro que es objeto/sujeto de nuestro deseo pero que sin embargo es indescifrable, infranqueable pero irresistible.
“Reconozco el deseo cuando lo veo y, sin embargo, esta vez se me pasó por completo. Iba en busca de la sonrisa maliciosa que arrojase una repentina luz sobre su gesto cada vez que me leyese la mente, cuando lo único que quería era piel, tan solo piel”, reflexiona Elio en las primeras páginas, y con ello ya nos sitúa en esa desesperante etapa en que creemos que la gran experiencia de nuestra vida, el gran amor, se nos puede ir por entre los dedos como arena en el mar, y no queremos errar, nunca, ni con el más mínimo detalle, porque lo único que buscamos en el fondo, es que nos quieran, que esa persona que ocupa prácticamente todos nuestros pensamientos y nuestros actos, nos mire, nos elija, nos desee, nos llame por su nombre.